Si
nosotros somos las palabras que cuentan lo que somos… por qué es difícil
contar-nos, por qué el miedo nos acalla, por qué te escucho y me sonrojo, por
qué hay silencios que duelen en las tripas.
A
veces, la ausencia de escucha te invisibiliza. Otras veces, las palabras se
apelotonan en el estómago, se atrincheran en la garganta, se disfrazan de
lágrimas. A veces juegan a las escondidas y nosotros no podemos encontrar las
formas decirlas. Otras veces se escapan y saltan sin paracaídas en forma de
grito. Cuando no las decimos se nos cuelgan de los hombros, del ceño, de las
comisuras de los labios.
Pero
también hay momentos en los que el solo susurrarlas nos puede hacer reír a
carcajadas y es que hay palabras que huelen a la torta de la abuela o saben al
primer beso; algunas nos miman; otras son tan orgullosas que dan ganas de
hacerles cosquillas; también las hay regordetas como los cachetes de Tomás que
te invitan a comerlas a besos, algunas son tan mágicas que pueden traernos la
luna, o llevarnos a ella; otras nos sirven de amuleto para los buenos augurios.
Hay unas que son especiales y parecen hechas a tu medida, les dicen “la palabra
justa”. Y las hay musicales, escurridizas, de colores, innombrables… porque hay
palabras que no pueden ser dichas en espacios públicos, las prohibidas.
Es
necesario que todas estas palabras que somos, fuimos o podemos ser encuentren
su lugar o lo busquen acompañadas. Quizá en el encuentro con otras palabras se
construyan nuevos discursos que nos empoderen.
He
aquí nuestra invitación a todas las palabras sueltas a animarse a sumergirse en
el encuentro con las otras, en la búsqueda de nuevos significados.
Los esperamos, Geraldine y Erika.