lunes, 16 de marzo de 2015


Si nosotros somos las palabras que cuentan lo que somos… por qué es difícil contar-nos, por qué el miedo nos acalla, por qué te escucho y me sonrojo, por qué hay silencios que duelen en las tripas.

A veces, la ausencia de escucha te invisibiliza. Otras veces, las palabras se apelotonan en el estómago, se atrincheran en la garganta, se disfrazan de lágrimas. A veces juegan a las escondidas y nosotros no podemos encontrar las formas decirlas. Otras veces se escapan y saltan sin paracaídas en forma de grito. Cuando no las decimos se nos cuelgan de los hombros, del ceño, de las comisuras de los labios.

Pero también hay momentos en los que el solo susurrarlas nos puede hacer reír a carcajadas y es que hay palabras que huelen a la torta de la abuela o saben al primer beso; algunas nos miman; otras son tan orgullosas que dan ganas de hacerles cosquillas; también las hay regordetas como los cachetes de Tomás que te invitan a comerlas a besos, algunas son tan mágicas que pueden traernos la luna, o llevarnos a ella; otras nos sirven de amuleto para los buenos augurios. Hay unas que son especiales y parecen hechas a tu medida, les dicen “la palabra justa”. Y las hay musicales, escurridizas, de colores, innombrables… porque hay palabras que no pueden ser dichas en espacios públicos, las prohibidas.

Es necesario que todas estas palabras que somos, fuimos o podemos ser encuentren su lugar o lo busquen acompañadas. Quizá en el encuentro con otras palabras se construyan nuevos discursos que nos empoderen.

He aquí nuestra invitación a todas las palabras sueltas a animarse a sumergirse en el encuentro con las otras, en la búsqueda de nuevos significados.


Los esperamos, Geraldine y Erika.